Vivimos en un mundo cada vez más urbano y más globalizado. Por primera vez en la historia, la mayoría de la población vive en ciudades, que son las principales generadoras de valor, pero también son las principales fuentes de contaminación y fragmentación socio-espacial. En este marco, surge la necesidad de darles respuesta a los territorios rurales y de proponer un modelo de desarrollo alternativo frente al hecho de que la agricultura tradicional requiere cada vez menos tierra, más capital y menos mano de obra. Por su parte, la desaparición de las fronteras como resultado de la globalización contribuye al surgimiento de una cultura única y crece la demanda por la no ciudad y por los productos diferenciados (no a las commodities).

La crisis económica asociada a la emergencia sanitaria por covid-19 trajo asociado un crecimiento significativo en los niveles de desempleo y pone en jaque a los motores económicos tradicionales, obligándonos a ser innovadores y a repensar la idea de inversión, mientras la sociedad diseña y se adapta a las reglas de juego de una nueva normalidad. Más aun, su focalización en las grandes ciudades acelera la demanda mundial creciente por el campo y cristaliza una urgencia preexistente, la de repensar el desarrollo territorial de Argentina.

El turismo demostró ser una fuente de reactivación eficaz (es responsable del 10% de los empleos a nivel mundial). Sin embargo, su potencial es desafiado por el cierre de las fronteras y los nuevos ordenadores de la vida cotidiana: la distancia social y el aire libre. En este contexto, y en contraposición al turismo de masas, se posiciona el Turismo Rural como instrumento para promover el desarrollo de largo plazo. Es una oportunidad para articular la planificación territorial con la cultura, el desarrollo local, la creación de empleo y el arraigo.