UNA ESTRATEGIA DE PLANIFICACION EN CIUDADES JARDINES COMO YERBA BUENA

Yerba Buena, situada al pie del cerro San Javier, en la provincia de Tucumán, es una ciudad que encarna con fuerza las características morfológicas y simbólicas de una ciudad jardín. Su desarrollo urbano ha estado históricamente marcado por un modelo de ocupación de baja densidad, una fuerte presencia de vegetación en la trama residencial y una estrecha relación con el paisaje natural circundante.

Con una población que ha superado los 100.000 habitantes y una tasa de crecimiento del 38% en la última década, Yerba Buena enfrenta una expansión urbana acelerada, desarticulada y marcada por la lógica de mercado. La proliferación de urbanizaciones cerradas, el aumento de la dependencia del automóvil, la fragmentación del paisaje y la pérdida progresiva del carácter colectivo del espacio público revelan un patrón de desarrollo excluyente, que refuerza desigualdades territoriales y erosiona la cohesión social. La ciudad se encuentra atrapada entre dos fuerzas: por un lado, el deseo de preservar su identidad residencial, natural y tranquila; por otro, la presión de un mercado inmobiliario que, ante la valorización del suelo, desplaza poblaciones y excluye nuevas formas de habitar.

Pese a este escenario, Yerba Buena conserva fortalezas fundamentales. Su geografía privilegiada —entre la llanura tucumana y el piedemonte serrano— le confiere una calidad ambiental notable. La presencia de aire limpio, vistas abiertas, topografía variada y acceso cercano a reservas naturales como Horco Molle han consolidado una identidad basada en el contacto con la naturaleza, la vida al aire libre y el bienestar cotidiano. Las viviendas tradicionales, construidas con materiales nobles y sin pretensiones estilísticas, constituyen un valioso patrimonio

La ciudad jardín de Yerba Buena, tal como se expresa hoy, está cercada. Es un modelo que nació con promesas de equilibrio, pero ha sido fragmentado por dinámicas privatizadoras, exclusión funcional y pérdida de visión colectiva. Sin embargo, su potencial sigue latente: si se desmontan los cercos —materiales y simbólicos—, si se reorienta su crecimiento hacia modelos más densos, equitativos y conectados, Yerba Buena puede evolucionar hacia una ciudad verdaderamente próxima, verde y compartida.

De la ciudad jardín de Howard a la ciudad que necesitamos hoy

La ciudad jardín, concebida por Ebenezer Howard a fines del siglo XIX, no fue únicamente una respuesta morfológica al hacinamiento industrial, sino una propuesta filosófica, social y ecológica. Su estructura integraba el valor del paisaje agrícola con los beneficios de la ciudad moderna, bajo una lógica de planificación racional, autogestión del suelo y bienestar comunitario. Howard proponía un modelo urbano descentralizado, rodeado por un cinturón verde, con un límite poblacional estricto, usos mixtos, accesibilidad a servicios y una economía del suelo pensada para el bien común.

Este modelo, sin embargo, fue rápidamente reinterpretado y, en muchos casos, distorsionado por el urbanismo del siglo XX. Lo que debía ser una alternativa regenerativa frente a la ciudad industrial, devino en suburbios extensos, monofuncionales y dependientes del automóvil. La baja densidad, la zonificación rígida y la privatización del espacio abierto transformaron la ciudad jardín en un modelo de exclusión territorial, especialmente en contextos latinoamericanos, donde se replicó sin una adecuada articulación ecológica, ni planificación progresiva.

La pandemia de COVID-19 marcó un nuevo punto de inflexión urbano, comparable en muchos sentidos con el impacto de la Revolución Industrial. El confinamiento reveló las limitaciones del modelo de ciudad fragmentada: barrios sin acceso a servicios esenciales, carencia de espacios públicos de calidad, y una infraestructura urbana pensada para la movilidad vehicular más que para el habitar cotidiano. En este contexto, los ideales de la ciudad jardín volvieron a cobrar sentido, pero desde una mirada crítica y actualizada. La proximidad, la vida barrial, la mezcla de funciones y el acceso al verde se posicionaron como necesidades urgentes y estructurales.

La ciudad que necesitamos hoy no es una reproducción literal del modelo de Howard, sino una evolución adaptativa de sus principios. Una ciudad jardín transformada en ciudad de los 15 minutos: compacta, diversa, caminable, autosuficiente a escala barrial, interconectada y resiliente. Una ciudad que no niegue el valor de la naturaleza, sino que la integre como infraestructura viva. Que no segregue, sino que conecte. Que no se expanda de manera especulativa, sino que se densifique con equidad y visión ecológica. Que planifique no solo para hoy, sino para los desafíos climáticos, energéticos y sociales de las próximas décadas.

NIMBY en Yerba Buena: barreras invisibles al urbanismo

En el proceso de transformación urbana que atraviesa Yerba Buena, uno de los obstáculos menos visibles pero más influyentes es la lógica del NIMBY (Not In My Back Yard). Este concepto, originado en contextos anglosajones, describe la actitud de ciertos sectores sociales que, si bien reconocen la necesidad de determinados desarrollos urbanos —como vivienda social, densificación moderada, transporte público o equipamientos comunitarios—, se oponen a que estos se localicen cerca de sus propios entornos residenciales.

Yerba Buena, en tanto ciudad intermedia con alta calidad ambiental y fuerte identidad paisajística, ha sido históricamente valorada como un refugio suburbano por sectores medios y altos. Esta identidad, heredera del modelo de ciudad jardín, está hoy en tensión con los desafíos del crecimiento poblacional, el encarecimiento del suelo y la necesidad de construir una ciudad más inclusiva, accesible y sostenible.

¿COMO PUEDE CRECER YERBA BUENA COMO UNA CIUDAD PARA TODOS LOS QUE QUIERAN HABITARLA, SIN PERDER CALIDAD DE VIDA Y CONTACTO CON EL ENTORNO?


El desafío actual es adaptar esa ciudad del siglo XX a las urgencias del siglo XXI: crisis climática, desigualdad urbana y sostenibilidad.

YERBA BUENA TIENE MUCHO POTENCIAL. Si se desmontan los cercos —materiales y simbólicos—, si se reorienta su crecimiento hacia modelos más densos, equitativos y conectados, Yerba Buena puede evolucionar hacia una ciudad verdaderamente próxima, verde y compartida.

Se proponen 10 ACCIONES REGENERATIVAS

1- NO DEMOLER PARA DENSIFICAR: completar, añadir, transformar
La regeneración urbana no debe ser sinónimo de tabula rasa. En lugar de demoler las casas existentes —muchas no tienen valor arquitectónico histórico, pero si un valor patrimonial material o con potencial adaptativo— proponemos estrategias de densificación progresiva: agregar unidades en patios, sobre techos o adosadas, manteniendo las estructuras existentes. Esto permite aumentar la densidad sin perder identidad, historia ni recursos materiales.


2- ABRIR LOS CERCOS: + ESPACIO PUBLICO: En Yerba Buena, el tejido residencial está fragmentado por cercos perimetrales que impiden la fluidez del espacio público. Se propone su apertura progresiva y regulada, generando senderos, plazas de bolsillo y patios comunitarios que amplíen la red de espacios públicos y fomenten la convivencia barrial, reduciendo la sensación de aislamiento urbano.

3-IDENTIFICAR INTERSTICIOS DE OPORTUNIDAD Y CONTINUAR LA TRAMA Los lotes vacíos, baldíos y fragmentos residuales de ciudad pueden convertirse en umbrales de oportunidad. Al identificar y activar estos intersticios, se permite coser la trama urbana con nuevas tipologías habitacionales, equipamientos, parques o huertas. Son espacios catalizadores de regeneración y conectividad.


4-USOS MIXTOS: NUEVOS EQUIPAMIENTOS FALTANTES: reconfigurar una red de barrios autosuficientes. La monofuncionalidad residencial es ineficiente y genera dependencia del automóvil. Se propone la introducción de nuevos usos mixtos: salud, educación, cultura, comercio de cercanía. Esto reactiva la economía barrial y reduce los desplazamientos. Una red de barrios autosuficientes permite una ciudad de 15 minutos, más equitativa y resiliente.

5-CIUDAD ABIERTA CON GENTE EN LA CALLE: + SEGURIDAD: Una ciudad viva es una ciudad segura. Promover fachadas activas, usos diversos, comercio de cercanía y equipamientos sociales a nivel de vereda incentiva la presencia continua de personas en el espacio público. Esto genera vigilancia natural, sentido de pertenencia y disuade conflictos, revirtiendo la lógica del enrejado y el miedo.

6-CORREDOR ECOLOGICO: LA NATURALEZA COMO ESTRUCTURA DE UNA NUEVA TRAMA URBANA: La trama verde debe ser parte estructural del proyecto urbano. Proponemos un sistema de corredores ecológicos que integren ríos, quebradas, áreas naturales, arbolado y huertas urbanas, generando conectividad ecosistémica, biodiversidad, sombra y confort térmico. La naturaleza como infraestructura urbana.

7-CINTURON VERDE AGRICOLA: CIUDAD AUTOABASTECIDA. En el límite oeste y norte de Yerba Buena aún persisten suelos rurales productivos. Su preservación y activación como cinturón verde agroecológico permitiría generar alimento local, empleos, educación ambiental y resiliencia ante crisis globales. Es una oportunidad para reconectar lo urbano con lo productivo y fomentar circuitos cortos de distribución.

8-EQUIPAMIENTO URBANO QUE DA CALIDAD AL ESPACIO. El equipamiento no debe ser un “objeto” suelto sino parte del paisaje urbano: bebederos, bancos, bicicleteros, juegos, iluminación solar, señalética inclusiva. Estas pequeñas infraestructuras urbanas son clave para hacer que el espacio público sea accesible, cómodo, seguro y digno. La escala humana es el centro del diseño.

9-GREEN LOOP: CIRCUITO VERDE QUE CONECTA. Inspirado en sistemas como el “Green Loop” de Ámsterdam, se propone la creación de un circuito verde peatonal y ciclista que conecte parques, plazas, equipamientos y corredores naturales. Un trazado continuo y accesible que articule barrios, fomente la movilidad activa y propicie el encuentro ciudadano.

10-CIUDAD DEL CUIDADO: CUIDAR SU RED DE VIDALa Ciudad del Cuidado no solo debe centrarse en las personas, sino también en todas las formas de vida que cohabitan el territorio. Esta visión implica el diseño de una ciudad que priorice la salud física, mental, emocional y ambiental de sus habitantes humanos, pero también el respeto y la integración de otras especies animales y vegetales. Es necesario repensar la planificación urbana desde una ética del cuidado ampliada, que contemple la convivencia interespecie y el derecho de la naturaleza a existir y regenerarse.

Esto requiere habilitar corredores ecológicos que permitan la movilidad de la fauna urbana, conservar árboles nativos, evitar podas innecesarias, detener la impermeabilización de los suelos y reconocer que la biodiversidad es parte del patrimonio común de la ciudad.

Cuidar la ciudad implica, entonces, cuidar su red de vida. Desde jardines urbanos biodiversos hasta refugios de flora autóctona, desde huertas comunitarias hasta plazas, cada gesto cuenta en la construcción de una ciudad más justa, sana y resiliente. Una verdadera Ciudad del Cuidado es aquella que reconoce el valor intrínseco de todos los seres y diseña con ellos, no solo para ellos.

Estrategias para convertir una ciudad jardín

La transformación de una ciudad jardín hacia un modelo urbano más sustentable, justo y próximo no es una ruptura radical, sino un proceso de reinterpretación progresiva. No se trata de negar lo construido, sino de leerlo con nuevos ojos. Tampoco se trata de eliminar la baja densidad, sino de introducir otras formas de habitar y compartir el territorio, que respeten la escala humana pero potencien el acceso, la movilidad y la equidad.

La ciudad jardín, en su etimología francesa “cité-jardin”, puede interpretarse también como un cerco de huertas, un espacio contenido, cultivado, delimitado por bordes físicos y simbólicos. En el caso de Yerba Buena, ese cerco ha sido tanto una virtud como una trampa. Ha permitido preservar un entorno natural valioso, pero también ha consolidado un modelo urbano excluyente, fragmentado y dependiente del automóvil.

La historia reciente nos muestra que los momentos de crisis —como lo fue la Revolución Industrial en el siglo XIX, o la pandemia del COVID-19 en el siglo XXI— abren preguntas profundas sobre la forma de habitar. Son puntos de inflexión que cuestionan los modelos urbanos heredados y permiten imaginar nuevas formas de coexistencia entre lo humano y lo natural. Así como Howard respondió a los males de la ciudad industrial con la ciudad jardín, hoy debemos responder a los desafíos del cambio climático, la desigualdad urbana y la crisis ecosocial con modelos urbanos más abiertos, regenerativos y resilientes.

Esta tesis demuestra que es posible desmontar el cerco de la ciudad jardín sin destruirla, y en cambio, liberarla hacia un futuro más colectivo, más natural y más próximo.

El concepto de umbrales dinámicos es más que una herramienta de diseño: es una metáfora de esa transición. Habitar el umbral es habitar la posibilidad. Planificar desde el umbral es rechazar las dicotomías rígidas —ciudad o campo, público o privado, natural o construido— y en su lugar, proyectar en la complejidad, desde lo situado, con sensibilidad social y ecológica.

En definitiva, el urbanismo que viene no será un urbanismo de control, sino de cuidado. No se basará en la expansión ilimitada, sino en la regeneración de lo existente. No buscará imponer formas, sino facilitar vínculos. La ciudad jardín del siglo XXI no será un refugio cerrado, sino un tejido abierto, fértil, cooperativo y consciente. Un lugar donde habitar sea, también, una forma de vivir mejor en común.