La planificación urbana que no tiene en cuenta los servicios ecosistémicos consolida la desigualdad espacial y económica, profundiza la pobreza, disminuye la calidad de vida de personas y otras especies y degrada el suelo, el agua y el aire. Los esquemas de protección, restauración y regeneración natural en las zonas urbanas son insuficientes.
Costa Rica, país de tan sólo 51 mil km2 cuadrados, cuenta con una población total de millones de habitantes, de los cuales el 60% viven en el Gran Área Metropolitana, que comprende únicamente 2 mil km2 de su extensión total.
De hecho, el país es reconocido internacionalmente por sus programas de conservación y compromiso con la sostenibilidad, con un total de 26% de su territorio conservado por ley en Parques Nacionales, albergando territorios con una biodiversidad intensa, siendo casa del 5% de las especies conocidas del mundo, a pesar de tener únicamente el .03% de la superficie terrestre.
Con todos estos atributos el país es, sin embargo, negligente en la implementación de estas prácticas en los entornos urbanos, creando por lo tanto una dislocación moral que conduce a diferenciar las experiencias que viven los turistas y los habitantes de núcleos urbanos en el área metropolitana, ciudades intermedias periurbanas e incluso pueblos rurales.
¿Cómo es la realidad de nuestras ciudades y núcleos urbanos?
Las zonas urbanas están, mayoritariamente, desconectadas de ésta naturaleza tan rica y, por lo tanto, de los servicios ecosistémicos que nos pueden ofrecer.
Le damos la espalda a los ríos y corredores biológicos, existen problemas de manejos de desechos, poco acceso a espacio público de calidad.
Nuestras políticas nos han llevado a tener una huella urbana extendida que depende 100% del vehículo privado para transportarse e incluso, irónicamente, para acceder a la naturaleza. Esta misma expansion amenaza las zonas de recarga de los mantos acuíferos y el acceso a agua potable.
Tenemos ciudades con retículas desconectadas, poco humanizadas y desiguales.
Resulta clave homologar entonces la experiencia del turista que viene a disfrutar de la riqueza de nuestra naturaleza, con la experiencia de los ciudadanos, por medio de soluciones holísticas, replicables, interdependientes e inclusivas.
La aspiración es que esa experiencia de una CR exuberante, conservacionista, y centrada en el ser humano, sea la misma para todos.
Que el acceso a espacio verde y de recreación sea el mismo para los que tienen más recursos y pueden pagar para vivir en comunidades cerradas con acceso a espacio verde y de recreación, así como para aquello pertenecientes a clases más bajas y vulnerables que difícilmente tienen acceso a éstos espacios.
Que la conexión con la naturaleza que hay en zonas menos densas se replique en aquellas más densas.
Que niños, adultos, ancianos, personas con discapacidad; todos reconozcamos el derecho que tenemos a la ciudad.
Queremos que las ciudades sean Naturaleza positiva.
Creo que esto puede ser logrado por medio de la incorporación de soluciones basadas en la naturaleza, soluciones que contemplen los servicios ecosistémicos urbanos como una herramienta vital en la planificación urbana, así como en la creación de políticas.
Para brindar un poco más de contexto, el concepto de servicios ecosistémicos urbanos (SEU) surge en el siglo XXI y hace referencia a los beneficios que produce la naturaleza en espacios ubicados dentro de los entornos urbanos, para garantizar la calidad de vida de la población.
Los servicios ecosistémicos urbanos y la biodiversidad pueden contribuir a la adaptación y mitigación del cambio climático, así como tener impacto en la seguridad alimentaria, entre muchos otros beneficios. Algunos de los beneficios y SEU son los que muestro en este gráfico a continuación:
Siguiendo entonces con los beneficios esperados, considero importante empezar a hablar de algunos ejemplos que nos puedan terminar de dar contexto.
Los parques que incorporan naturaleza, idealmente con una selección de árboles autóctonos y que atraigan fauna, pueden traer beneficios “visibles” como generación de sombra, mejora la calidad de aire a su interior, amortiguan el ruido de las ciudades, suavizan las altas temperaturas, entre otros; pero también pueden traer beneficios un poco más “invisibles” como ser parte de una red de espacios que generen corredores biológicos, que permitan al recarga de los mantos acuíferos, y demás beneficios.
¿Cómo decirle que no a todas estas maravillas? Creo que la pregunta más bien es ¿cómo empezamos?
Obviamente yo no estoy inventando la rueda, y hay muchísimos esfuerzos en el mundo para la incorporación de estos servicios y estrategias en las ciudades, lo que yo planteo, para iniciar, es crear una red de intervenciones que recuperen lo que ya está y tenemos olvidado.
Que dejemos de darle la espalda a los ríos y creemos más bien corredores azules que visibilicen el agua y la vuelva parte de nuestro día a día, con el fin de crear conciencia de la importancia de su conservación. Que unamos estos corredores azules con corredores verdes por medio de plantación de árboles en aceras que conecten parques lineales de ríos con parques urbanos.
Aprovechar espacios conservados que tenemos hoy (como el ejemplo que marco en amarillo en el gráfico a continuación de un centro de conservación insertado en el medio de la trama urbana) pero que son poco accesibles, e incluso desconocidos para muchos, para crear laboratorios y espacios que acerquen a la sociedad al conocimiento, que sensibilice y eduque a las personas en la importancia de estas relaciones.
Busco que recordemos la extensa red de montañas que enmarcan la ciudad y acercarla a las personas por medio de senderos públicos o incluso teleféricos que democraticen el acceso al espacio verde y que no nos obligue a subirnos 30-60 minutos a un vehículo buscando mayor calidad de aire.
Procurar la reconexión biológica entre cuerpos de agua.
Devolver esa conexión natural con nuestro entorno para su disfrute.
Como decía antes, implementando pequeñas acciones en red que sean soluciones holísticas, replicables, interdependientes e inclusivas.
Y como decía antes, recordando que hay esfuerzos ya existentes, importantes y bien planificados, que deben potenciarse y replicarse.
Como el ejemplo que tenemos aquí mismo en Costa Rica con programas como Ciudad Dulce, de la municipalidad de Curridabat, que reconoció a los polinizadores como ciudadanos y les otorgó de esta manera derechos, obligando así a hacer políticas pensando en la naturaleza; que por medio de iniciativas tan simples como la creación de un catálogo de plantas idóneas para aumentar la población de polinizadores y lo hizo público a sus ciudadanos como referencia y buena práctica.
O como el ejemplo de Rutas Naturbanas, en el centro de San José, que está haciendo esfuerzos enormes coordinando a la sociedad civil junto a dueños de terrenos limitantes con ríos con el fin de articular un parque lineal que sirva no sólo como espacio público sino como un conector peatonal entre comunidades, y espacios de ocio y recreación que ayudan con la salud mental de los habitantes.
Existe un término en inglés que creo que resume mi propuesta que es “rewilding”. Éste se refiere a actividades que son esfuerzos de conservación destinados a restaurar y proteger los procesos naturales y las áreas silvestres. Rewilding es una forma de restauración ecológica con énfasis en recrear el “estado natural no cultivado” de un área.
Reinsertar la naturaleza en aquellos espacios que ya urbanizamos e impactamos, y que no deben por ello, olvidarse de su origen silvestre y natural.
Esa, es la ciudad en la que yo quisiera vivir.