Hacia un modelo territorial para ciudades balnearias

La tesis propone explorar el turismo en la Costa Este del Uruguay, con énfasis en las franjas litorales de los departamentos de Canelones y Maldonado. Aquí, el turismo no es entendido únicamente como una actividad económica o cultural, sino como una infraestructura compleja que incide sobre el territorio: lo reorganiza, lo transforma y lo performa.

El punto de partida de la investigación radica en la necesidad urgente de repensar el modelo turístico vigente, marcado por fuertes dinámicas de estacionalidad, una creciente desigualdad en el acceso a recursos y servicios, y una sostenida presión sobre los ecosistemas costeros. Frente a este panorama, se formula la pregunta central que guía este trabajo:

¿Puede el turismo convertirse en una herramienta de transformación territorial más sensible y adaptativa?

Desde esta interrogante se propone avanzar hacia la formulación de un modelo territorial alternativo, apoyado en el concepto de Paraísos Artificiales: paisajes deliberadamente construidos, donde lo natural y lo artificial coexisten en una relación productiva, conflictiva y simbiótica. En este marco, se introducen las transinfraestructuras (infraestructuras híbridas, vivas y mediadoras) como elementos capaces de operar en las zonas de contacto entre lo estacional y lo permanente, entre lo humano y lo más-que-humano, entre lo natural y lo tecnológicamente intensificado.

Uno de los dispositivos clave de esta investigación es el desarrollo de un Bestiario de Transinfraestructuras: una matriz taxonómica que permite clasificar, imaginar y proyectar infraestructuras sensibles, evolutivas y situadas. Este bestiario no solo organiza formas de intervenir sobre el territorio, sino que propone una mirada alternativa sobre cómo pensar, representar y producir arquitectura en un contexto donde la crisis ambiental y la crisis del turismo se entrelazan.

Fig. 01 – Fotografía satelital del sitio

01. Marco Teórico

01.1. El turismo como agente territorial

A nivel global, el turismo se ha consolidado como uno de los sectores económicos más dinámicos y transformadores, con capacidad de generar empleo, atraer inversiones y dinamizar economías locales. Sin embargo, su influencia va mucho más allá de lo económico: el turismo actúa como un potente agente de transformación territorial, capaz de modelar paisajes, construir infraestructuras y definir patrones de ocupación del suelo.

Más allá de entenderse únicamente como una actividad económica o cultural, el turismo puede concebirse como una infraestructura en sí misma: un sistema complejo de flujos, relaciones, materiales, expectativas e imaginarios que actúa sobre el territorio, lo reorganiza y lo performa. Como toda infraestructura, no solo conecta puntos, sino que produce condiciones de posibilidad para determinados modos de vida, estéticas del paisaje y formas específicas de habitar.

En la Costa Este del Uruguay, esta dimensión infraestructural del turismo se manifiesta con especial intensidad. Aquí, la infraestructura turística no se reduce a hoteles, rutas o balnearios, sino que incorpora prácticas sociales, dispositivos de visibilización (mapas, imágenes, narrativas), ritmos estacionales y flujos temporales de alta concentración. Todo ello conforma una red que organiza el acceso al espacio, distribuye recursos y jerarquiza territorios.
El turismo se convierte así en una herramienta territorial con capacidad de transformación. Opera como un ensamblaje híbrido entre lo natural y lo artificial, actuando a múltiples escalas: desde la microintervención paisajística hasta la organización regional de la movilidad y los servicios. Reconocer al turismo como infraestructura implica repensar no sólo sus modos de implementación, sino también sus impactos, en especial en contextos donde las tensiones entre población residente y visitante se intensifican.

En Uruguay, el turismo representa entre el 5,4 % y el 8,4 % del Producto Interno Bruto, y la región comprendida entre Montevideo y Punta del Este atrae a más de dos millones de turistas extranjeros por año, además de seis millones de visitantes internos. Estas cifras lo posicionan como un motor económico clave, pero también como un agente estructurador del territorio, cuya presión estacional sobre infraestructuras, servicios y paisajes genera formas de convivencia desiguales entre poblaciones permanentes y temporales.

Fig. 02 – Mapa distribución del turismo en el Uruguay

01.2. Paraísos Artificiales

El concepto de Paraísos Artificiales tiene un origen literario y filosófico. Fue utilizado por Charles Baudelaire para describir los estados de enajenación provocados por el consumo de opio: placenteros, intensos, pero ilusorios. Más tarde, autores como Walter Benjamin y Jean Baudrillard retomaron la expresión para referirse a los paisajes del consumo moderno, los simulacros urbanos y las estéticas anestesiantes del capitalismo. En todos los casos, la noción arrastra una carga ambigua: fascinación y sospecha, deseo y alienación, artificio y enajenación.

Este trabajo resignifica el término desde una mirada arquitectónica, territorial y proyectual. Alejado de lecturas moralizantes, el Paraíso Artificial es entendido aquí como un entorno híbrido y tecnonatural, donde confluyen materiales vivos e inertes, colectivos humanos y no humanos, tecnologías, narrativas y memorias. Se trata de ecosistemas construidos que no niegan su condición artificial, sino que la revelan y la trabajan como oportunidad proyectual.

Este enfoque se vincula con la noción de “tercera naturaleza”, formulada por Jacopo Bonfadio en el siglo XVI y actualizada por Cristina Díaz Moreno y Efrén García Grinda (Amid.cero9), quienes proponen pensar el paisaje como una ecología material compuesta por lo técnico, lo biológico, lo simbólico y lo social. En sus palabras:
“(…) formar complejas ecologías de materiales, en las que materiales vivos e inertes, diferentes grupos sociales y objetos cargados tecnológica y culturalmente se reúnan en un estado de fricción e interacción constante.”
Terceras Naturalezas, Revista El Croquis n°184.

En este sentido, los Paraísos Artificiales no son ni escenarios tematizados ni meras infraestructuras de soporte, sino ensamblajes territoriales vivos, donde el artificio no oculta la fricción, sino que la expone como parte constitutiva del territorio. Celebran la hibridación entre paisaje y tecnología, entre infraestructura y ecología, abriendo la posibilidad de nuevos hábitats multiespecie, adaptativos y sensibles a la variabilidad estacional.

Desde una mirada relacional, el Paraíso Artificial puede entenderse no como un lugar cerrado o una utopía acabada, sino como una red de actores heterogéneos (naturales, técnicos, sociales, simbólicos) en constante mutación. Aquí, el concepto de simpoiesis, desarrollado por Donna Haraway, adquiere relevancia: estos ensamblajes no son autopoieticos, no se autogeneran ni se mantienen por sí solos, sino que se producen y sostienen colectivamente a través de múltiples interdependencias. La simpoiesis (hacer-con) sugiere una lógica de coevolución y creación distribuida, fundamental para pensar arquitecturas e infraestructuras en clave ecológica y no antropocéntrica.

La Teoría del Actor-Red (TAR), formulada por autores como Bruno Latour, Michel Callon y John Law, ofrece una clave interpretativa potente para pensar estos Paraísos Artificiales como ensamblajes territoriales complejos. Desde esta perspectiva, lo social no es una esfera separada de lo material, sino el efecto de redes en las que interactúan actores humanos y no-humanos: tecnologías, organismos, objetos, normativas, afectos y paisajes. De esta manera, cada elemento involucrado en la producción turística (una cañería, una ordenanza de altura, una bacteria, un médano, un visitante estacional o un dron de vigilancia) posee agencia y participa activamente en la configuración del territorio, desdibujando la idea de territorio como superficie neutra y presentándolo como un campo performativo.

Aplicado al caso del litoral uruguayo, este enfoque permite leer la urbanización costera no como una simple planificación vertical ni como una respuesta espontánea al turismo, sino como una red ensamblada por múltiples fuerzas: la forestación exótica que fijó las dunas, las lógicas inmobiliarias, los ciclos estacionales, el ascenso del nivel del mar, los dispositivos de seguridad y los cuerpos migrantes-hedonistas de los veraneantes.

Reconocer la condición distribuida de agencia es fundamental para proyectar nuevas infraestructuras: no como imposiciones sobre el paisaje, sino como mediaciones coevolutivas. En este marco, los Paraísos Artificiales funcionan como territorios capaces de alojar multiplicidades, producir encuentros y sostener tensiones, ofreciendo una nueva mirada sobre el rol del proyecto en tiempos de crisis ambiental, efervescencia turística y modificación territorial.

Fig. 03 – Paraíso Artificial generada con I.A.

01.3. Transinfraestructuras

En el marco de este trabajo, las transinfraestructuras constituyen el soporte operativo proyectual fundamental de los Paraísos Artificiales. A diferencia de las infraestructuras tradicionales —concebidas como sistemas técnicos cerrados, invisibles y subordinados a criterios de eficiencia—, las transinfraestructuras son híbridos operativos que articulan lo técnico con lo ecológico, lo simbólico, lo social y lo afectivo.

El prefijo “trans-” remite a una condición de cruce, de tránsito, de mediación activa entre registros diversos: entre naturaleza y artificio, entre lo humano y lo más-que-humano, entre lo permanente y lo estacional, entre lo visible y lo oculto. Estas infraestructuras no se limitan a transportar energía, agua o desechos: son dispositivos relacionales y performativos, que producen paisajes, modelan experiencias, alojan prácticas y configuran formas de vida.

Desde la lógica relacional de las infraestructuras como ensamblajes, surge la necesidad de redefinir su rol territorial. En este marco se introduce la figura de las transinfraestructuras como una tipología especulativa y propositiva, que amalgama lo físico y lo digital, lo orgánico y lo inorgánico, lo estacional y lo permanente. Lejos de estabilizar el territorio, estas infraestructuras aceptan y gestionan su inestabilidad, operando como mediadoras entre ciudad y paisaje, entre flujos ecológicos y sociales, entre humanos y más-que-humanos.

Siguiendo algunos de los postulados propuestos en Gaia 2.0 de Bruno Latour y Tim Lenton, las transinfraestructuras incorporan la autorregulación consciente como principio operativo. Reciclan energía, reconfiguran excedentes industriales como recursos, y promueven ecologías artificiales coevolutivas. Son organismos vivos: respiran, exhalan, comen, defecan y sudan. No están diseñadas solo para funcionar, sino para convivir, mutar, negociar y significar. Se alejan del ideal de control absoluto y adoptan una lógica adaptativa, situada, sensible a las transformaciones climáticas y sociales.

Su concepción se entrelaza con la figura del monstruo propuesta por Iñaki Ábalos y Renata Sentkiewicz. El monstruo no oculta sus costuras: exhibe contradicciones, escalas conflictivas, ensamblajes imperfectos. Para Ábalos, lo monstruoso no es una falla, sino una condición productiva que permite operar con la complejidad. Desde esta perspectiva, las transinfraestructuras no suavizan las tensiones ni eliminan el conflicto: lo hacen visible, lo alojan y lo trabajan. Son ensamblajes abiertos, contingentes, que permiten convivir con la inestabilidad, el exceso, la fricción, y que transforman esas condiciones en potencia proyectual.

Esta noción se amplifica en la figura del ciborg de Donna Haraway (2020), donde las dicotomías entre lo humano y lo técnico, lo natural y lo cultural, se disuelven en ensamblajes contingentes, emancipatorios y situados. La transinfraestructura es también un ciborg territorial: una criatura híbrida y mutante, portadora de agencia, inserta en sistemas complejos que no controla pero con los que interactúa de forma activa y sensible.

Desde esta mirada, el diseño se vuelve un ejercicio de ensamblaje entre actores múltiples: organismos, normativas, suelos, flujos, tecnologías, temporalidades. Esta red no se da por sentada: se construye, se negocia, se actualiza.

En este marco, las transinfraestructuras no son meros dispositivos técnicos: son ensamblajes socioecológicos con agencia. Su diseño no busca imponer una forma, sino facilitar encuentros, mediar conflictos, sostener modos de habitar vulnerables pero fértiles. Son, en definitiva, monstruos vivos que encarnan la posibilidad de construir infraestructuras para un tiempo en crisis: tiempos de transición energética, de transformación climática, de redefinición del habitar turístico.


Fig. 04 – Transinfraestructura generada con I.A.

02. Diagnóstico territorial

02.1. Un territorio de contrastes

El ámbito de estudio abarca la franja costera del sureste uruguayo, extendida entre Montevideo y Punta del Este. Este corredor litoral de aproximadamente 120 kilómetros conecta los departamentos de Montevideo, Canelones y Maldonado, conformando el principal destino turístico del país, con la mayor concentración de visitantes tanto internacionales como nacionales.

En esta franja se entrecruzan diversos paisajes naturales y ecosistemas sensibles junto con infraestructuras técnicas, urbanizaciones costeras, balnearios consolidados y ciudades dormitorio. Se configura así un territorio híbrido y tensionado, donde lo urbano convive con lo rural, lo permanente se alterna con lo estacional y lo informal se yuxtapone a lo planificado.

Históricamente, el crecimiento territorial de esta región ha estado estrechamente vinculado al desarrollo turístico, la valorización inmobiliaria y las migraciones internas. Esto ha generado una ocupación fragmentada y extensiva, dependiente del automóvil y marcada por importantes desequilibrios espaciales. Asimismo, la infraestructura que la sostiene presenta características de discontinuidad, obsolescencia o sobredimensionamiento en función de la alta estacionalidad, contribuyendo a profundizar los contrastes territoriales.


Fig. 05 – Fotografías del sitio

02.2. Modelo territorial: turismo y especulación.

La franja costera comprendida entre Montevideo y Punta del Este concentra la mayor parte del turismo del país. A lo largo del último siglo, esta región ha sufrido transformaciones significativas a causa del turismo masivo y la especulación inmobiliaria. Un paisaje originalmente dominado por dunas y humedales fue reemplazado por un corredor urbano lineal en el cual infraestructuras, balnearios y ciudades conviven.

La estacionalidad es un aspecto clave del modelo turístico predominante. En verano, la población se multiplica varias veces respecto al resto del año, provocando estrés temporalmente sobre las infraestructuras y estas quedan subutilizadas o abandonadas durante los meses restantes. Esta dinámica produce un territorio con una dualidad funcional que genera tensión permanente entre las necesidades de los residentes y las demandas de los visitantes temporales.

Es fundamental, por tanto, repensar el modelo territorial vigente. La infraestructura turística debería adaptarse, asumiendo lógicas híbridas y flexibles capaces de expandirse y contraerse en función de las demandas, estableciendo nuevas relaciones entre ciudad, paisaje y tecnología.
Desde el punto de vista morfológico, la costa del sureste uruguayo se caracteriza por una lógica lineal, estructurada principalmente alrededor de la Ruta Interbalnearia (IB) y delimitada por el borde marítimo. Esta condición lineal determina tanto la movilidad como la distribución de usos del suelo, acceso a recursos y la interacción con el paisaje.

Las tipologías edilicias dominantes son viviendas unifamiliares aisladas, permanentes y temporales, distribuidas con baja densificación. Coexisten en esta franja barrios tradicionales, urbanizaciones cerradas, asentamientos informales, áreas industriales y terrenos rurales, lo cual refleja cierta ausencia de planificación coordinada entre los diferentes departamentos involucrados.

Fig. 06 – Mapa de Localidades y Habitantes
Fig. 07Mapa de Habitantes y Turistas
Fig.08 – Mapa de Relación Turistas/Habitantes

03. Situación actual de la Costa Este

03.1. Historia balnearia

Hasta comienzos del siglo XX, el litoral de Canelones estaba habitado por dunas móviles, humedales, esteros y campos bajos. Estos suelos, con poco valor agroproductivo, fueron resignificados a partir del auge de los campamentos de playa de familias de clase alta, que hacia fines del siglo XIX comenzaron a instalar carpas y estructuras efímeras en la temporada estival.

Un punto de inflexión fue la plantación sistemática de especies exóticas como eucaliptos y pinos iniciada a principios del siglo XX, para la explotación de la industria forestal y como técnica de fijación de dunas. Esta transformación habilitó la subdivisión parcelaria costera. Los primeros balnearios (Atlántida, Marindia, Parque del Plata) surgieron como urbanizaciones jardín de baja densidad con infraestructura mínima y fuerte componente estacional.

En Maldonado, la lógica fue distinta. La ciudad capital, fundada como enclave militar en el siglo XVIII, evolucionó hacia un nodo administrativo y logístico, mientras que Piriápolis (concebido por Francisco Piria a fines del XIX) se convirtió en el primer balneario planificado del país, articulando urbanismo, turismo y especulación. Más tarde, Punta del Este consolidó un modelo internacional que lo posicionó como ícono del turismo sudamericano. Estas operaciones no sólo introdujeron nuevas lógicas urbanas, sino que impusieron formas específicas de habitar el litoral, articulando infraestructura, paisaje y deseo.

Fig.09 – Fotografías comparativas del territorio

03.2. Escala del paisaje

El análisis morfológico del litoral evidencia un patrón de urbanización lineal y poco articulado. La mayoría de los centros urbanos y balnearios se ubican sobre la primera franja costera, generando presión directa sobre los ecosistemas costeros.

La Costa de Oro (Canelones) y el litoral de Maldonado conforman un continuo territorial de enorme diversidad ecológica y paisajística, que se podría leer desde el arroyo Carrasco (Montevideo/Canelones) hasta la frontera con Brasil en el departamento de Rocha. Este litoral presenta una sucesión de puntas rocosas, playas, campos de médanos, barrancas sedimentarias, lagunas y humedales, configurando un mosaico dinámico de paisajes.

En el tramo que corresponde a las costas del Río de la Plata (desde Montevideo a Punta del Este), predominan las playas arenosas y dunas bajas. Detrás de las playas se forman cordones de dunas y relictos de monte psamófilo (un bosque litoral de arenas donde crecían especies adaptadas a la sal y al viento) que hoy sobrevive en parches, tras haber sido casi reemplazado por plantaciones exóticas durante la colonización humana. Los médanos frontales conservan vegetación pionera, como gramíneas y hierbas halófilas, que actúan como primeras líneas de estabilización dunar. En las zonas deprimidas detrás de la duna costera se acumula agua dulce o salobre, dando origen a humedales de alta biodiversidad. Estos ambientes albergan flora endémica y especies migratorias, y representan los ecosistemas de mayor riqueza vegetal del litoral. Hacia el interior dominan las praderas, que hacia el Este conviven con los montes serranos.

A partir de Punta del Este, la costa atlántica de Maldonado presenta playas extensas, médanos altos y un sistema de lagunas costeras que constituyen verdaderos paisajes de transición entre zonas terrestres y acuáticas. En sus márgenes crecen bosques psamófilos y pastizales.
Este continuo litoral combina una gran diversidad de biomas: playas, dunas, humedales, lagunas, sierras y sistemas estuarinos.

Fig.10 – Mapa de Paisaje

03.3. Escala de las infraestructuras

El uso del territorio a lo largo de la Costa Este del Uruguay refleja una compleja superposición de dinámicas urbanas, agrícolas y turísticas, que tensionan tanto la sostenibilidad de los ecosistemas costeros como la capacidad de las infraestructuras para responder a escenarios cambiantes. La franja costera funciona como un sistema híbrido y estacional, en el que convergen usos permanentes y temporarios, presionando redes de servicios que históricamente han sido concebidas con una lógica rígida y monocapa.

En la Costa de Oro (Canelones), esta tensión es especialmente visible. La Ciudad de la Costa, con más de 120.000 habitantes, opera como un suburbio de Montevideo, con urbanización extensiva, tránsito congestionado y una red de saneamiento aún en desarrollo. A pesar de su escala metropolitana, su infraestructura sigue respondiendo a un patrón de ocupación dispersa, con limitaciones para gestionar picos de demanda. Más al este, balnearios como Atlántida y Parque del Plata cuentan con ciertos servicios educativos y sanitarios, pero dependen de Montevideo para atención de mediana complejidad. Otros centros como La Floresta, Santa Ana o Solís evidencian una dotación mínima: sin estaciones de bombeo suficientes, redes de saneamiento operativas ni equipamientos culturales o deportivos. Esta asimetría revela un modelo infraestructural pensado para poblaciones estables, que desatiende la variabilidad estacional del turismo.
En Maldonado, la presión sobre las infraestructuras es aún más crítica, dada la magnitud del turismo. Punta del Este concentra desarrollos inmobiliarios de alta densidad, mientras que Piriápolis y Las Flores mantienen un perfil más consolidado. Sin embargo, la urbanización sostenida ha generado pérdida de playas, erosión de dunas, alteración de cursos de agua y presión sobre los humedales.

Muchas de las infraestructuras (calles, alumbrado, redes de saneamiento, recolección de residuos) fueron concebidas sin capacidad de adaptación ni expansión. Esta rigidez impide gestionar los flujos turísticos sin degradar el entorno. Las costas, como interfaces dinámicas entre el mar y la tierra, acumulan tensiones, pero también ofrecen oportunidades para ensayar infraestructuras adaptativas, capaces de actuar con elasticidad frente a los ritmos del turismo.

Desde una lectura infraestructural y territorial, el litoral uruguayo puede entenderse como un ensamblaje de fragmentos urbanos, sistemas ecológicos y flujos estacionales. Su condición de sistema abierto exige proyectar infraestructuras relacionales, capaces de integrar escalas, gestionar temporalidades variables y operar como dispositivos de mediación entre el desarrollo turístico, la habitabilidad urbana y la conservación de los ecosistemas.

Fig.11 – Mapa de Infraestructuras
Fig.12 – Mapa de Análisis

04. El Paraíso Artificial como modelo, el Bestiario como herramienta

04.1. Hacia un modelo territorial de Paraísos Artificiales

Ante un territorio costero tensionado por la estacionalidad, la presión ecológica y la desigualdad en la distribución de servicios, se propone un modelo territorial basado en la incorporación de transinfraestructuras como dispositivos mediadores entre lo estable y lo temporal, lo humano y lo más-que-humano, lo operativo y lo simbólico.

Este modelo no busca normalizar el paisaje ni eliminar el conflicto, sino asumirlo como condición proyectual. Las transinfraestructuras actúan como organismos capaces de convivir con la incertidumbre, absorber flujos diversos, adaptarse a escalas cambiantes y generar nuevas formas de habitar.

El modelo territorial que aquí se plantea apuesta por un litoral más poroso, más cuidadoso, capaz de sostener ecologías humanas y no humanas en condiciones de alta variabilidad. Este enfoque se enfrenta tanto a la lógica extractiva del turismo convencional como a la tentación de congelar el paisaje bajo esquemas de conservación rígida. Se trata de diseñar territorios vivos, abiertos, capaces de metabolizar el cambio, territorios donde se hibridan la tecnología y la naturaleza.
En este marco, se desarrolla el Bestiario de Transinfraestructuras: una herramienta crítica, metodológica y proyectual que permite pensar, clasificar y diseñar infraestructuras como entes vivos, evolutivos, sensibles y situados.

Fig.13 – Esquema de actantes

04.2. El Bestiario como método proyectual

Históricamente, el bestiario es una colección de criaturas fantásticas, cada una con nombre, hábitat, hábitos y moral. En este trabajo se retoma esa estructura simbólica y se la redirige hacia el territorio: las transinfraestructuras se conciben como criaturas con taxonomías propias, ecosistemas asociados y funciones múltiples.
Este desplazamiento metodológico no es un juego formal, sino una forma de hacer proyecto. El bestiario habilita una lectura relacional y especulativa del territorio, donde cada transinfraestructura no es un objeto aislado sino un ensamblaje de relaciones.

Siguiendo el ejemplo de figuras como el ciborg de Donna Haraway y el monstruo de Iñaki Ábalos, el bestiario introduce una visión evolutiva, narrativa y afectiva. Cada criatura proyectual tiene temporalidades propias, cadenas tróficas, tecnologías asociadas y niveles de conflictividad. No son soluciones fijas, sino ensayos de cohabitación.

El bestiario opera en tres niveles complementarios: Como herramienta analítica: permite releer el territorio desde sus fricciones, ausencias y potencialidades.

Como generador de formas: inspira dispositivos arquitectónicos y urbanos que no se ajustan a categorías normativas.

Como instrumento narrativo: construye un imaginario alternativo que habilita nuevas sensibilidades hacia el paisaje y sus habitantes.

A través del bestiario, las infraestructuras dejan de ser objetos técnicos para convertirse en protagonistas de un proyecto territorial complejo, abierto y situado.

04.3. Caracterización taxonómica de las transinfraestructuras

Como parte del desarrollo del bestiario, se elaboró una matriz de transinfraestructuras que organiza cada dispositivo propuesto bajo una estructura taxonómica detallada. Esta clasificación adopta una forma pseudo-científica, con familias, especies y subespecies, lo hace desde una perspectiva proyectual.

Cada transinfraestructura se caracteriza por los siguientes atributos:

Familia y nombre científico: que define su linaje funcional y morfológico.
Subespecie: que señala variantes específicas en su adaptación contextual.
Era y carácter: ubicándola dentro de una línea evolutiva (Tecnogénica, Morfoadaptativa o Simbiotectónica) y en una fase de desarrollo funcional, resiliente o post-resiliente.
Hábitat: contexto territorial en el que se implanta (urbano, costero, pradera, monte, etc.).
Estacionalidad: definida por su hibernación o activación, de acuerdo a los ritmos del turismo y las dinámicas ecológicas.
Funciones: se detallan hasta cuatro niveles funcionales.

Este enfoque permite comprender cada transinfraestructura no solo desde su función técnica, sino como un ensamblaje complejo donde convergen relaciones socioecológicas, agentes institucionales y dinámicas estacionales. La tabla también identifica:

Modo de gestión o financiación: público, privado, mixto, o basado en incentivos.
Actores administrativos: ministerios, intendencias, entes autónomos.
Actores empresariales: desarrolladores, operadores turísticos, concesionarios, entre otros.

Desde la perspectiva de la Teoría del Actor-Red, esta matriz funciona como un mapa operativo de actores-red. Cada transinfraestructura es un nodo dinámico que activa relaciones entre cuerpos, tecnologías, organismos, regulaciones y paisajes. Su diseño no es puramente formal ni técnico: es un dispositivo político, ecológico y especulativo que redefine cómo cohabitamos el litoral en el contexto del Antropoceno.

Este nivel de taxonomía permite proyectar infraestructuras no como objetos aislados, sino como partes de una red coevolutiva, sensible al entorno y con capacidad de aprendizaje. Así, el bestiario deja de ser solo una colección imaginaria para convertirse en un marco operativo de planificación infraestructural situada.

Fig.14 – Matriz del Bestiario

04.4. Eras transinfraestructurales

Las transinfraestructuras se organizan en familias según criterios morfológicos, funcionales o contextuales. Algunas nacen de la hibridación entre sistemas de saneamiento y recreación; y otras, de infraestructuras logísticas reconvertidas en espacios de encuentro multiespecie.

Estas familias permiten trazar genealogías, seguir transformaciones y anticipar mutaciones. La lógica evolutiva y adaptativa es central: no se piensa para resolver un problema fijo, sino para convivir con la inestabilidad propia del Antropoceno.

En este marco se proponen tres eras evolutivas para comprender el desarrollo de las transinfraestructuras:

Tecnogénica / Era funcional (actualidad):
Era actual, donde las infraestructuras son, en general, rechazadas por la ciudadanía, invisibles o indeseadas, pero esenciales para la vida cotidiana.

Morfoadaptativa / Era resiliente (2026–2060):
Una era de transición y evolución, las infraestructuras se adaptan, se abren a lo público y suman funciones. Es una era de aprendizaje y enseñanza, por un lado los propios dispositivos aprenden de sus diferentes cambios y adaptaciones; a la vez que educan a la sociedad sobre un futuro posible de convivencia entre especies vivas y técnicas.

Simbiotectónica / Era post-resiliente:
Las infraestructuras emergen con su propia lógica, nacidas de una nueva sensibilidad ambiental, climática y turística. En un nuevo contexto, con un nuevo entendimiento del rol de estos dispositivos, los mismos actúan como ensamblajes vivos, gestionan flujos y acompañan transformaciones ecológicas y sociales.

Estas eras no se presentan como una línea evolutiva cerrada, sino como un recorte en la línea del tiempo, posiblemente en un futuro existan nuevas eras con nuevas características.
En este marco conceptual se introducen dos nociones clave: resiliencia y post-resiliencia, que permiten pensar distintos grados de adaptabilidad infraestructural.

La resiliencia remite a la capacidad de un sistema para absorber impactos, adaptarse y recuperarse ante crisis prolongadas. Aplicada a la escala urbana y territorial, implica estrategias como flexibilidad funcional, redundancia operativa y participación ciudadana. Las transinfraestructuras resilientes pueden integrar sistemas vivos y aprendizajes multiescalares.
Sin embargo, este concepto no está exento de crítica. Como advierte Matthew Gandy (2014), la resiliencia puede convertirse en una narrativa tecnocrática que oculta conflictos estructurales y naturaliza la precariedad. Su uso excesivo puede terminar por despolitizar el diseño y reducirlo a una gestión del daño.

Ante esto, la post-resiliencia propone un giro conceptual: no se trata de restaurar un equilibrio perdido, sino de habitar la incertidumbre y desplegar infraestructuras capaces de mutar, disolverse o reconfigurarse. Las transinfraestructuras post-resilientes no buscan estabilizar, sino sostener la variabilidad. Nacen desde una sensibilidad ambiental nueva, donde el error, lo efímero y lo contingente se incorporan como atributos deseables. Estas infraestructuras no son instrumentos de previsión, sino ensayos materiales sobre cómo vivir en un mundo incierto.

Fig.15 – Línea de Eras

Bestiario Transifraestructural

El bestiario no pretende ser exhaustivo, sino abierto, generativo y especulativo. Cada transinfraestructura puede mutar, replicarse, combinarse. Se trata de prototipos que conciben la infraestructura más allá de su función técnica: como interfaz afectiva, política y ecológica.

Son monstruos que no temen su condición incompleta. En ellos, el proyecto arquitectónico no se limita a representar: opera, conecta y transforma.

En su conjunto componen un ecosistema de transinfraestructural, capaz de actuar en el Antropoceno y de imaginar futuros regenerativos, ambiguos, y por eso mismo posibles.

Fig.16 – Bestiario

05. La construcción del Paraíso Artificial, activación de transinfraestructuras

05. La construcción del Paraíso

La construcción del Paraíso Artificial es un proceso complejo, que no puede concebirse como una simple suma de infraestructuras aisladas ni como una implantación homogénea. Por el contrario, se trata de activar un ecosistema transinfraestructural: un metabolismo territorial que gestiona de manera dinámica los flujos de materia, energía, información y símbolos que recorren el litoral.

Este ecosistema no es lineal ni cerrado: es poroso, adaptable y evolutivo. Sus componentes aprenden de los ciclos del territorio y de las prácticas humanas, al tiempo que enseñan y transforman las formas de habitar el paisaje costero. Cada transinfraestructura no es un elemento autónomo, sino parte de una red interdependiente, donde los excedentes de unas alimentan los procesos de otras, configurando así una nueva ecología artificial. De esta manera:

Los residuos generados se convierten en recursos para la generación de energía. La energía producida por biodigestores alimenta sistemas de comunicación y climatización de cada dispositivo. Los filtros purifican aguas que luego se reutilizan en riegos o procesos productivos.

Dentro de este sistema, la Ruta Interbalnearia adquiere un rol estratégico. Desde sus orígenes como estructurador físico del territorio, la Ruta se transformará en una transinfraestructura conectora, capaz de transportar no solo personas y materiales, sino también información crítica para la regulación del ecosistema. Será el tronco físico e informacional que posibilite la interdependencia y adaptación mutua de las diferentes transinfraestructuras, facilitando la redistribución de excedentes y compensando faltantes en los procesos metabólicos del sistema. Su función se expandirá así más allá del transporte tradicional, estructurando la lógica misma del Paraíso Artificial y actuando como una columna vertebral ecosistémica, esencial para la resiliencia del sistema.

La construcción del Paraíso Artificial, entendida como la activación progresiva de un ecosistema transinfraestructural, no es un proceso acabado ni cerrado. Cada etapa implementada abre nuevas preguntas, posibilidades y desafíos para el sistema en su conjunto. La naturaleza misma del modelo implica que su evolución no podrá ser completamente prefigurada desde el presente.

En este sentido, el Paraíso Artificial debe ser leído como un experimento proyectual en devenir, más que como una forma definitiva.

Fig.17 – Puesta en acción

Este trabajo no propone un nuevo modelo de urbanización para la Costa Este del Uruguay, como tal, sino un campo de exploración. Frente a los modelos turísticos extractivos y a las estrategias de conservación rígida, abre la posibilidad de habitar la costa desde una arquitectura infraestructural más cuidadosa, más sensible y más atenta a la complejidad de los ensamblajes territoriales.